Trás el  minimalismo, las resonancias y purezas de  los sonidos han perdido  interés para un oido harto ya del tedio de las  frecuencias de tiempo  infinito y sutiles variaciones metafísicas. La  relación entre los  sonidos y sus conversaciones se muestra de nuevo  necesaria. Los sonidos  aislados para permitir conocer su naturaleza  conducen al sueño. El  existencialismo de los sonidos ha terminado. En el  nuevo tiempo los  antiguos sonidos piden ser recompuestos. El artista  sonoro debe  sentarse a componer, a relacionar los sonidos unos con otros  para  establecer su discurso, su mensaje. El sonido aislado, tecnificado  o  producido por algún artificio está vacio de mensaje. El compositor  debe  volver a ejercer su creación mental, se le pide su esencia de humano, no  su  oficio. Los artistas sonoros deben volver a ser creadores, no  técnicos a  la busquedad del último hayazgo tecnológico. La recomposición  marca la  creación sonora desde la primera decada del siglo 21. Somos seres primitivos con sonidos rupestres de una nueva Era, en la que debemos empezar por digerir los frutos del paraiso al que ya no pertenecemos. La recomposición será nuestra piedra de sílex.